Blogia
Salvando sueños...

HISTORIAS EN GUAGUA. CAPITULO 1

CAPITULO 1  

Iona en el M7. 

Cuando la Habana se envuelve en sombras, la suciedad de sus fachadas se esconde bajo la cama. Es la hora en que empiezan a brillar ciertos personajes del bajo mundo. Nacen los artistas de la noche, los buscavidas, los sobrevivientes del espíritu bohemio, a ese grupo deforme Iona se quiere sumar esta noche.    Han transcurrido cerca de 20 minutos de espera por el M7. En la parada la gente comienza a moverse como recorrido por hormigas. Una anciana con una jaba enorme y llena de sabe Dios qué sutilezas,  descarga su ansiedad con gritos que mutilan el movimiento de dos pequeños,  parecen sus nietos. Una mulata alta,  con unos pantalones que le cortan la respiración a los muslos se retoca el maquillaje bajo las luces que se escapan de una casa. Su vestimenta anuncia con luz de neón  que va a pescar dólares al centro de la Habana. La manera de moverse delata que aún tiene el polvo del pueblo de campo dejado atrás. Dos adolescentes gesticulan molestos. Se arreglan las camisas con bruscos movimientos de hombros. Comprueban el brillo de sus zapatos. Miran hacia todas partes, como en busca de público para su acicale.    

Iona también pasea la vista por los alrededores. No le gusta el entorno y sus ojos disminuyen de tamaño, tanto como si se asomara a una pesadilla, una pesadilla más triste que espeluznante.  Nunca le ha gustado Luyanó para vivir. Es un barrio arrimado a la urbe, al menos en apariencia. La gente deambula mustia y desaliñada. Evocando el espíritu de los pueblos de campo. Los aguaceros inspiran a  niños –y los que no lo son también- para darse un baño. Los mejores  son cuando el agua cae con fuerza brutal sobre los músculos removiendo viejas secreciones de catarros postergados con remedios caseros.  Las casas de Luyanó han olvidado seguir un concierto lógico. Cada quien, “dueño absoluto de sus dominios” ,  como perro desconfiado marca el terreno con monótonas estructuras de hierro. Las pinturas menguan sus tonos  bajo cada jornada de sol y ya en las noches, el tedio recorre los portales donde se reúnen las familias para escapar del calor y de la programación infernal de la TV. Ciclo diario de fuga que solo se rompe a la hora de la telenovela, o las películas.   Son las ocho y media, y el M7 no llega.   Iona sabe que es temprano. Es ahora cuando los turistas están sumando energías a sus cuerpos en los restaurantes. Luego, saldrán a dar el paseo de rigor por el Prado , o por Obispo, o por la Avenida del Puerto y es ahí donde ella debe estar.  Hoy es su primera noche . Se entretiene en examinarse: el vestido rojo profundiza sus breves curvas, parece envuelta en una llamarada, los zapatos y la cartera rojas también le aumentan el volumen y ya no parece una joven de 20 años, sino una experimentada flor nocturna.  

Se acerca el camello. Como en un rebaño con perro pastor  la gente se dirige a las puertas del medio. Todos los que esperan penetran poco a poco, callados y con cierta ansiedad en este monstruo de hierro que el sol achicharra al mediodía y solo refresca en la noche. A su paso, las calles se estremecen. Su pitazo de aviso, tapa los oídos y llega al estómago, sobre todo si está vacío.  El roce promiscuo es inevitable. Un muchacho de pulóver verde lo exagera con la anciana de la gran jaba, contrario a lo esperado, su respuesta al alevoso contacto es una mirada zalamera, burbujean sus atractivos dormidos por el desuso. Le sigue de cerca Iona quien ahora solo piensa en regresar a la casa con dinero para callarle la boca a su mamá por unos días. Sube a la terraza, o mejor , el grupo la sube.  La mejor posición en un camello es cerca de la ventana. No hay salida de emergencia en estos monstruos, por eso siempre es bueno acercarse a la entrada de aire. Entre ardides de codazos y distraídos empujones logra llegar cerca de la ventana. Tras recorrer las primeras cinco cuadras intenta alejarse, de las escenas que le muestra la Habana... parece una anciana envuelta en mortajas, y ya sin color, la ceniza inherente al mundo de las sombras es la única tonalidad perceptible. Es la cara de todos los días, la que ha visto desde niña;  pero hoy, especialmente hoy se le hace insoportable la Calzada de Diez de Octubre.    ¿Quién le dijo a su madre que ella no sabía ganarse el kilo? Recuerda. Lo peor que podría pasarle sería  tener que ir a Santiago junto a su padre. ¿Para qué? Si toda la vida, la mamá la crío con su salario y algunos inventos: maní en los puntos oscuros del Malecón, recoger apuntes de bolita y lo que apareció siempre alcanzó para las dos. Ni aunque su padre le consiga el mejor trabajo del mundo se muda. Levantarse y ver solo lomas alrededor, sería aun más deprimente que ese mar que todos los días se burla de uno, juguetea y salpica a los que sentados en el muro esperan algo. A veces su madre está lenta... ¿es a eso a lo que llaman vejez? Tiene miedo de llegar a esa edad con la misma mirada rota que su progenitora. No, eso no se hizo para ella. Lo de jinetear no es tan buena idea, pero es la mejor manera de conseguir dinero rápido y así tal vez los ánimos se calmen en su casa. Pero a Oriente , nunca. Ni muerta.  Aunque allí, con trabajo y dinero, podría ser más libre pues su padre es de los que esquiva las moscas para no molestar, pero dejar la Habana, su Roma, le sabe a derrota.  

Cuando  el camello coge una curva aprieta muy fuerte los tubos para no perder el equilibrio. Para entretenerse se le ocurre sacarle historias a los rostros cercanos, sobre todo a los hombres atractivos, los observa con insistencia, es  una especie de ensayo para comprobar que tan alto hablan esta noche sus hormonas. Sus radiografías se detienen por el grito de una señora mayor.--¡ Ay mi madre!,  me han robado la cartera... – y el murmullo bajo se rajó con un silencio absoluto --¡Qué aparezca ya,  sinooo la formo ...!Un oleaje de exclamaciones se extiende. Los más cercanos giran hacia ella, Iona también.               -- Conductor,  conductor para ahí que voy a buscar un policía. Hace rato que en su inspección masculina Iona descubrió un policía. El pobre, en este momento lucha por hacerse casi imperceptible. Se hunde en su ropa azul, pero siempre rondan indiscretos...              -- ¡Aquí hay uno!. Obligado por las circunstancias a desempeñar su rol, truena:              -- Vamos a ir todos para la estación si no aparece la cartera, --hace una pausa para mirar a la víctima del robo--  Señora, ¿está segura que se la sacaron?” La anciana asiente y sus dos nietos se refugian a su lado aplastados por la embarazosa situación. En medio de las protestas se detiene el camello. No se sabe cuánto tiempo demoraron las patrullas en aparecer, la gente comenzó a sudar en silencio y los cristales de las ventanas también. Corrían las gotas en aquel almacén de carne humana. Finalmente llegó la patrulla auxiliadora. Los policías abordan el camello y lentamente todos permiten que  registren sus pertenencias. 

 A Iona el percance la irrita. Hace comentarios, busca coro y solo le responde el muchacho de pulóver verde. Esta vez no flirtea, no busca el roce con Iona, por el contrario está nervioso y apurado por bajar de la barbacoa. Iona lo esquiva, pero no puede evitar un buen roce de costado con el muchacho del pulóver verde, quién nervioso busca las puertas donde están los policías esperando los pasajeros, uno a uno. El cacheo es absoluto, algunos se extrañan de tanta diligencia policial y por supuesto los comentarios planean en el aire...-- Juégatela que la vieja es segurosa –dice un señor de espeso bigote, al tiempo que pone cara de misterio. -- Tiene una cara de mafiosa... ¿qué tendrá de importante esa cartera? –comenta por una esquina una morenita delgada, cenicienta, parece sacada de un cuadro de Fabelo, con un sombrerito tejido, un tope demasiado pequeño para ocultar lo necesario.    -- No se, a lo mejor tenía el poquito dinero de su pensión. Si me pasa algo así creo que me muero –sale una voz femenina y cincuentona de una esquina. -- Bah, tanto lío por una vieja, ¿quién la manda a montarse en el camello pensando en las musarañas? –argumenta el engendro pictórico.-- Eso, eso si es verdad. Cuando uno se monta en el bicho, tiene que dejal el bobo amarrao en la casa. En todo losaño que llevo fajao con el traporte nuca me han carrereado... y si cojo a uno con la mano en el bolsillo lo desplumo –amenaza un señor bajito con un cuerpo debilito, pero una cara de hueso que se bastaba para impresionar.      -- Sshhh, esto es una operación encubierta de la policía para coger algún traficante, lo huelo... –dice mientras pone cara de misterio un anciano delirante.            

Mientras cada quien aporta su versión de la historia, la anciana va de una puerta a otra supervisando la búsqueda. De pronto, cesa el registro.“Señora, mire...”, grita un policía. A la abuela se le enciende el rostro. Ya con la cartera entre sus manos: -- Oiga, esta cartera no es mía.  Por esa deliciosa uniformidad de la isla han encontrado otra como la suya. Son de esas con flores de muchos colores, capaces de hipnotizar a una abeja . En las ferias los artesanos venden cada día un promedio de diez a siete carteras como la que buscan. Así pasa con los zapatos, las ropas, los peinados,  hasta la forma de mirar: una ojeada delata una masa uniforme de seres en movimiento al mismo ritmo y con similares coreografías.      La noche continua corriendo desesperada. Iona ya esta malhumorada y al entregar su bolsa al policía no puede amordazar su ironía...-- Tenga cuidado que llevo ahí una bomba . Los que observan de cerca ríen, y ríe más que nadie el policía cuando saca entre sus dedos un jardín de hule. -- Ahora si que te va a hacer falta que explote, dice el agente del orden . La anciana abre los ojos, sonríe triunfal por hallazgo . Es Iona quien tiene flojas las rodillas y no sabe que hacer. Este ha sido una mordida en la espalda, duda, ríe nerviosamente, juega con un rizo . Los nervios no la dejan hablar por un momento.-- Miren , yo, yo no sé de donde ha salido esa cartera. No sé. Ante la vista de todos, la montan en el carro de patrulla, con ella va la anciana, los dos niños felices de esta aventura,  un policía y la jaba repleta y el carro policial parece un camión infinito. -- ...yo no se de esa cartera, tiene que creerme señora que yo no la cogí, alguien me la echó en el bolso.. Se lo juro, se lo juro por mi madre...—repite Iona esta letanía en todo el viaje a la estación y en su cabeza martillean las palabras de Ramona...--  Iona, mija, ¿hasta cuando vas a estar perdiendo el tiempo? Ya es hora de que te busques un trabajo y lo que te ofrece tu padre es perfecto para las dos. Te vas a buscar tu futuro, no se discute más. Aunque te vas hoy molesta, mañana me vas a entender. Si algo he aprendido en esta vida, es que el trabajo ahorra la vergüenza.                                                                                                                                                                              

                                                                                                                                                                    fin del capitulo 1

0 comentarios