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Salvando sueños...

La llamada

La llamada

 

  Sonaban y sonaban esas palabras. Estábamos tan cerca. Su respiración me acariciaba el rostro. Me envolvía su olor, y podía hacer una disección de cada poro de su cara, sus granitos, su vello. Tan cerca. Me acarició la cara suavemente. Yo tambien recorrí su cabeza con la punta de mis dedos, casi sin querer. Envuelta en la sensibilidad del deseo. De las caricias tímidas no pasamos.

  Cuanta tensión en ese minuto inmenso, colosal, que no se rompe, y que pide a gritos esas palabras: ¡Hazme el amor!  ¡Hazme el amor! Esas palabras eran una llamada. Una llave abrió mi puerta del deseo y mis ojos se cerrarron para sentir mejor sus caricias en mi frente, en mi nariz, sus dedos sueves, su mano hecha.

  El grito. De nuevo el grito, esas palabras que pusieron de pie todo mi cuerpo. De pie mis pelos de la nuca, de pie la piel de la punta mis dedos, de pie mis pezones. Todo mi cuerpo ansioso, alerta, espectante, todo mi ser meciéndose en el vaivén de la llamada. Pero nada pasa. El tiempo se hace largo y los cuerpos necesitan. Estamos tan cerca, siento el olor dulzón de sus axilas, su aliento cargado de hormonas y hartazgos de confites de sexo.

Vibro, vibro, y ya se me hacen irresistibles esas palabras, más cerca, mas cerca ¿nos rozamos? ¿nos besamos? No. Nada pasa. Pero ¿por qué?  Yo escuché la llamada: Hazme el amor!!!! Nos miramos directamente a los ojos, y el deseo no se derrama igual. La llamada es mía, está en mi cabeza. Él tranquilo, no me sostiene. Me provoca. Sabe que estoy rendida. Pero nada pasa. Y yo no consigo apagar la llamada.             

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